Wednesday, May 03, 2006

Los 400 Golpes


- Decía Jean de La Bruyére que todo nuestro mal proviene de no poder estar solos y de ahí la existencia de los vicios. Hay una escena en “Los cuatrocientos golpes” de François Truffaut en la que el protagonista Antoine Doinel, por fin detenido y separado irremediablemente de su entorno, llora tras las rejas de un furgón policial. No llora más en toda la película. Sólo en ese paseo a través de la ciudad nocturna, iluminada por el falso neón, Antoine deja derramar algunas lágrimas. Es curioso. Una obra de hace casi cincuenta años toca en la fibra sensible del espectador que sin duda, conoce del estado de ánimo de Doinel. Sabe de las horas muertas, del cotidiano acto de poner la mesa, de participar de una mentira familiar… No hay nada extraño en ese joven que puede ser todos los jóvenes solitarios, todos los niños que preferirían estar en otra parte. Cuando hace novillos para perderse por la ciudad y protegerse en los cines, cuando le pone una vela a Balzac, es un chico más. Ni más listo que sus compañeros ni, sobre todo, mejor persona. Está por estar pero tiene lo que identifica a los especiales. La voluntad de abrir la ventana y volar. La carta a lo padres. Cuando les dice que ya les explicará más adelante con más calma las razones de su huida. No sabe qué contestar cuando su madre le pregunta finalmente. Claro. Porque no conoce la respuesta. Su silencio. La necesidad de abandonar lo que le define por obligación es latente en el muchacho. Una escena final. Antoine se escapa del correccional; y corriendo, llega a la orilla del mar. Chapotea un instante y después mira a la cámara. Y parece decirnos: y ahora qué?

1 Comments:

At 5:56 AM, Blogger Pablo Sánchez said...

- No hay nada nuevo bajo el sol. Los placeres, los miedos, las incertidumbres son las mismas en todas las épocas. El cine es sobre todo identificación con un lenguaje, con un personaje determinado. Antoine Doinel somos todos.

 

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