Thursday, June 19, 2008

Los Muertos (Dublineses)

Cuando dos disciplinas artísticas con una misma vocación se encuentran, hay que ser muy diestro para no caer en la chapuza. John Houston, en su testamento cinematográfico “Los muertos”, basado en el último relato de “Dublineses” de James Joyce, aborda una empresa peliaguda: la evidente dificultad de transformar una obra redonda, ligada a un medio artístico en otra distinta sin que, por ello, desaparezca su esencia. Houston lo consigue, a mi juicio, hasta la escena final. La primera hora transcurre con una suavidad y una solvencia apabullantes. Apenas se perciben los cambios de plano, con una fotografía perfectamente acoplada con el espíritu del filme. La fiesta de la Epifanía, celebrada por un grupo de dublineses de clase acomodada, exigía un ritmo pausado (que no lento). Los exquisitos modales de los comensales, los secretos que guardan algunos de ellos, sólo se muestran tangencialmente, sin mostrarse en toda su crudeza. El hijo borracho de una anciana severa; el matrimonio de Gabriel y Greta Conroy, compuesto por Donal McCann y Angélica Houston, que arrastran a lo largo del metraje una crisis sólo perceptible por pequeños gestos, nunca verbalizados. Las mujeres solteras, anfitrionas de la fiesta; la joven nacionalista irlandesa que echa en cara a McCann sus sentimientos anglófilos sin que él se defienda (da la impresión de que ni siquiera le preocupa en realidad; más bien nos invita a pensar que su malestar responde a algo más profundo). En resumen, la apuesta por una empresa cien por cien cinematográfica, en la que la trama se expone de manera fundamentalmente visual.
Sin embargo, llega la última escena, donde la pareja Houston-McCann abandona la fiesta y regresa a su hotel. Ahí comienza el desenlace de la película, que es también el desenlace del relato de Joyce. Y aquí comienza la polémica. Es evidente que no se puede realizar esta película sin ser fiel al relato original. Pero considero que la obra del escritor irlandés, precisamente por constituir una pieza literaria, niega toda posibilidad de escenificación cinematográfica o teatral donde su final no dé la impresión de ser trampa metida con calzador. Me explico: la escena final, de Angélica Houston, narrando a su marido una historia sobre su juventud, en la que las pasiones, el amor, lo perdido, la apariencia de haber malgastado una vida se expresan en toda su crudeza, da pie a que Donal McCann reaccione. En la película, como en el relato, una vez su esposa, agotada por su confesión, se queda dormida, él, se asoma a la ventana, desde donde contempla las calles nevadas de Dublín. Y claro, eso sería un final apoteósico, perfectamente ligado a la esencia del filme, a la propuesta visual, sugerente, no vebalizada de los problemas personales de un grupo de burgueses. Es decir, sin que McCann dijera nada, todos sabríamos o intuiríamos qué siente.
Pero, evidentemente, Houston no pudo resistirse al uso de la voz en off, con la que McCann reflexiona sobre lo efímero de la vida y la necesidad de aprovechar la pasión cuando se nos ofrece. La película acaba así, con planos y breves secuencias de cementerios nevados, y paisajes irlandeses de invierno. El monólogo de McCann, cabe decir, es el último párrafo del relato de Joyce. No estoy seguro de que el cambio de medio artístico “literatura-cine” salga bien parado, por cuanto Houston rompe el ritmo y el espíritu de la película, con un monólogo innecesario a mi juicio, teniendo en cuenta que la ruptura fundamental y absolutamente necesaria y soberbia, ya había tenido lugar con la historia que narrara Greta Conroy.

1 Comments:

At 12:24 PM, Blogger Perdomo said...

Me ha encantado tu reseña :) ¡No dejes de escribir!

 

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